lunes, 28 de septiembre de 2015

balón prisionero

Fui uno de esos niños raros que aprendieron a leer antes de tiempo, de los que preferían estar en el patio de las chicas que jugar al fútbol con el resto de sus compañeros. (Claro que luego llegaba el momento del balón prisionero y BUM, era el primero al que volaban la cabeza.) Conocí a Lupita entonces, y de la mano fuimos viajando de esa niñez, a ratos brutal, a una adolescencia de anfetas y litronas, tan punkis los dos y tan guapos.



Mi servicio militar y sus años en la universidad nos separaron durante un tiempo de mierda. La Invasión, después, nos torció la vida a todos, pero nunca agradeceré lo bastante a los cascarudos que propiciaran nuestro reencuentro, ya en las filas de la Resistencia. Hemos sido uña y carne desde entonces, como lo fuimos en el colegio. 

En secreto, rezo para que la guerra siga para siempre, no sea que el regreso a la normalidad sea eso: volver a una vida sin Lupita.

lunes, 21 de septiembre de 2015

septiembre

A Lupita le gusta mucho ver cómo los gorriones se pasean por su balcón cada mañana. Dan saltitos, miran a un lado y otro, descansan un momento y echan luego a volar, a seguir la batalla callejera de cada día. 



Lo que no le gusta nada, en cambio, son esos días que amanecen medio nublados y ya un poco fríos, pero tampoco demasiado. Porque no sabe si ponerse ya las medias, o si la cazadora vaquera nueva le va a sobrar después, cuando empiece a calentar el sol. Le joden esas medias tintas, y echa ya de menos el frío de verdad, saber a ciencia cierta que hay que abrigarse y punto. (Y la manta en el sofá. Sobre todo, la manta en el sofá.)

Menos mal que, sea invierno o sea verano, en el bar de la esquina siguen poniendo las mejores patatas bravas del mundo. Le encanta terminar el día con una ración y una cerveza, charlando con el camarero, que tiene los ojos verdes más verdes que ella ha visto nunca. Que es que da gloria verle.

lunes, 14 de septiembre de 2015

por no hablar del perro

Hace tiempo, y un poco en broma, Lupita compartió con algunos amigos una lista de todas esas lecturas que dejaba para más adelante, los libros que se llevaría a la isla desierta de la jubilación. "Cuando tenga tiempo". Y lo decía medio en serio. Que si Proust, que si Mann, que si los rusos. (Todo animadísimo, además.)



Hoy, cuando han pasado unos cuantos años y muchas novelas, se da cuenta de lo absurdo de todo aquello... Era como dejar los deberes para las vacaciones de verano. Así que rompe la lista, que ha encontrado entre otros papeles mientras hacía limpieza en el despacho, y decide que, si hiciera otra, la llenaría de esos títulos que le apetece leer hoy mismo y no por obligación o mala conciencia cultural, sino por curiosidad. Y añadiría, además, todas esas relecturas que tiene pendientes, cosas que le gustaron mucho y cosas que fue dejando a medias porque igual no supo leer en su momento. Así que ahí estarían Chesterton y Poe, claro, y a lo mejor hasta Proust (no se rinde), pero también Mujercitas o Forastero en tierra extraña. Y todo Sherlock Holmes, otra vez. Y Tres hombres en una barca, que está segura de que le va a gustar mucho. 


(Y, mientras piensa en la lista y va añadiendo nombres y títulos, una sonrisa le ilumina la cara: así, sí.)

lunes, 7 de septiembre de 2015

viajera

Entre misión y misión ha de pasar un tiempo, para evitar el deterioro físico producido por la ingravidez, y Lupita lo aprovecha a veces para viajar. Le gusta hacerlo sola, y un poco de incógnito: evita a los compatriotas y huye de los grupos turísticos. Para ella, lo importante es patear las ciudades, pasearlas, dejarse llevar de una calle a otra, y luego a otra más, perderse. Prefiere fotografiar a los gatos callejeros que los monumentos "obligatorios", y pasa más tiempo mirando escaparates o el reflejo del mar al final de una cuesta que haciendo cola en un museo.



De esos viajes vuelve siempre enfadada con esa gente absurda que se indigna por no encontrar colacao en el desayuno del hotel, o que busca en la carta de los restaurantes tortilla de patata o paella, aunque estén en pleno Shibuya. Toda esa gente que parece salir del país para reafirmarse en su certeza de que, como en casa, en ninguna parte. Ella, que sí sabe lo que es estar de verdad lejos de casa, no puede entender tanta ceguera. Así que, cuando regresa a la Estación Espacial, lo hace casi con alivio...

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