lunes, 11 de mayo de 2015

aviones de papel

Se puede decir que nos pasábamos el verano en la azotea, era nuestro territorio. Montones de tebeos, libros de Los Cinco, papel para dibujar y la piel a prueba de rayos gamma: ¡cómo pegaba el sol! Los tres panza arriba, cada uno un poco a lo suyo pero pendiente siempre de lo que los demás hicieran. Inventando aventuras sobre la marcha, construyendo sueños en común que manteníamos de un año para otro. Cuando caía la noche, antes de bajar y separarnos, mirábamos un ratito las estrellas: esa parte del sueño era de Lupita, ahí pilotaba ella y nos llevaba de tripulación hasta Ganímedes, por lo menos.


Con el tiempo fuimos subiendo menos a menudo, y llevamos a otra gente, además. Se acabaron Los Cinco y llegaron las primeras cervezas, los cigarrillos, sueños más terrenales. Empezamos a mirar menos al cielo y mucho más a las chavalas de falda corta y ojos grandes que a veces se venían con nosotros: la piel caliente de sus muslos era la única última frontera que entonces nos interesó explorar, y mientras estábamos en eso (con poca fortuna y más de una catástrofe, ay) Lupita no dejó nunca de escaparse a última hora para mirar la luna, a solas o bien abrazada a alguien.


Hoy me he acordado de repente, después de hablar contigo. Menudo día de noticias de mierda: el accidente de J, el velatorio de L, los resultados de esas pruebas que me hice...  yo qué sé. Llevamos igual veinte años sin vernos, pero hoy me he acordado y esta tarde voy a subir a la azotea otra vez. Me voy a subir con unos botellines y un par de tebeos y voy a esperar a que anochezca, y voy a buscar el destello de la Estación Orbital, ya sabes que desde aquí se ve de lujo. Y voy a brindar por Lupita, que estará allá arriba y a lo mejor también se acuerda de nosotros. Ella fue la única que se atrevió a perseguir su sueño, y acabó por conquistarlo.

Y voy a brindar también por los demás, claro. Los que seguimos aquí... y, sobre todo, los que ya no están.

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