lunes, 24 de noviembre de 2014

wendigo

El aula tiene ventanales muy altos, y las contraventanas son de madera vieja. En la pizarra hay algo escrito, quizá unas declinaciones de latín, una letanía incomprensible. Hay polvo de tiza en suspensión, como una niebla blanquecina.

Lupita mira a través del cristal sucio, al patio, a la verja que hay más allá, al bosque detrás de ella, un muro pardo y verde oscuro que parece palpitar entre ráfagas de lluvia. Furtiva, enciende un cigarrillo. Siente frío en las piernas, casi se arrepiente de haber acortado la falda del uniforme.



Una calada, otra. Rápido, antes de que alguien pueda aparecer. Le parece ver algo por el rabillo del ojo, un borrón de movimiento detrás de la verja, en el bosque. Hay algo antiguo y feroz entre los árboles que le devuelve la mirada y le hiela la sangre en las venas. Un momento nada más y después nada... el temblor de las manos y el corazón acelerado. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

desnuda

Lo llaman arrugas de expresión, algo así. Le gustan por lo que dicen de ella: cuánto ha reído y disfrutado, las cosas que ha vivido. Cuánto ha llorado, también. 

¿Le gustan?

Delante del espejo, se mira despacio. De repente, le cuesta reconocerse. Lo de las canas empieza a ser una batalla perdida, habrá que plantearse aceptarlas. La piel no es tan tersa como lo fue hasta... no hace tanto. No importa, nunca hizo mucho caso de esas cosas.

 ¿Nunca?

Desnuda, se mira en el espejo. Le da un poco de pudor, y eso sí que no le había ocurrido hasta hace poco. Las curvas se han suavizado, hay como una sensación de plenitud, de gato dormido y satisfecho, donde antes había piernas largas y una elasticidad un poco patosa, de cachorro. Todo ha cambiado, pero Lupita no sabría decir cuándo, ni sabría decir si se gusta más ahora que antes...  



Sentada en la cama, sonríe. Se deja caer hacia atrás, mira al techo. Va a tener que acostumbrarse a sí misma, va a tener que aprender a gustarse. Dejarse el flequillo más largo.

Y hay quien le ha dicho, como un cumplido, que le gustaría haberla conocido antes, que debió estar cañón hace diez años. Cada vez que oye algo así, la ninja que lleva dentro se tensa como un resorte letal y pide sangre.


Dejarse el flequillo largo, sí. Como Verónica Lake. Como Madame Hydra.

Y no dejar nunca de reírse.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Nemo

A Lupita le gusta esta ciudad sin mar que amanece a veces tan submarina, y le gustan esos días de transición, ni otoño ni verano, que se dirían disfrazados de invierno y que son cada año más frecuentes. Le gusta mirar a las chicas en la calle, en el tren, porque todavía conservan los pantalones muy cortos de agosto, pero los complementan con medias de colores vivos y americanas demasiado grandes.

Le gusta comer en los restaurantes chinos, aunque se haga siempre un lío con los palillos, y cuando pasea viste un impermeable de color cereza que hace juego con su risa.



A veces, cuando llueve como aquí llueve, refugiada bajo una marquesina o vigilando desde el balcón de su casa, se siente un poco vigía a la espera de avistar las luces de posición del Nautilus allá, al otro lado de la calle en penumbra.

lunes, 3 de noviembre de 2014

geiger

Lupita recorre, meticulosa, el desierto de Nevada. Sigue una ruta fantasmal de instalaciones abandonadas y edificios destruídos por las pruebas nucleares desde los años cincuenta. Paisajes lunares, carreteras truncadas, paredes de hormigón derretidas en medio de un océano de arena cristalizada. En ocasiones, el oscuro bostezo de la boca de un túnel que conduce a instalaciones subterráneas pobladas por maniquíes fundidos: los restos de un simulacro abrasado de vida cotidiana.



Lupita,arqueóloga postindustrial, fotografía y documenta, fija todo lo que ve en imágenes de una nitidez turbadora. Camina como en un sueño de ámbar, acompañada únicamente por el sonido mecánico y fiable de sus cámaras, y por el crujido insistente de palomitas en un microondas que emite sin descanso el contador geiger.


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