Reunión de vecinos en la urbanización. Lupita se sienta al fondo, cerca de la puerta: no será la primera vez que huya en medio de una discusión que se le antoja un bucle temporal sin solución.
Alguien propone terraformar el jardín y plantar pepinos y pimientos. Hay quien insiste en cambiar el nombre de la calle principal: no le gusta Bradbury, prefiere Avenida de Arthur C. Clarke. Un tercero avisa de una plaga de la que ha oído hablar en el centro comercial: misteriosos hombrecillos verdes que aparecen a su antojo en los lugares y momentos más inoportunos. Alguien más propone segregar los espacios comunes: no quiere que sus hijos, esas bestias pequeñas, compartan ocio con clónicos o androides.
Las voces se alzan, las manos gesticulan con vehemencia creciente y Lupita distrae la mirada detrás del ventanal: allá lejos, justo en el filo del horizonte oxidado, un resplandor verde... quizá el espejismo de un Marte que jamás fue.
Lupita sonríe y da la espalda al tumulto.
Lupita sueña...
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