lunes, 30 de septiembre de 2013

blue monday

Estas últimas semanas he soñado cada noche con Lupita, y me he despertado cada mañana con los pies fríos y las manos dormidas... La he buscado después por toda la casa, callado como un fantasma, hasta que me he dado cuenta de que no, de que ya no.



Tengo que cortarme el pelo. 




No, tengo que salir de aquí...

lunes, 23 de septiembre de 2013

señales

Lupita, que no cree en fantasmas, tiene la suerte de vivir con uno: el discreto espectro de una mujer que pasó los últimos años de su vida, los más felices, en esa casa, y se quiso quedar en ella después de muerta. 



Como no cree en los fantasmas, Lupita no puede verla en el balcón, sentada al sol entre los tiestos florecidos , ni la puede ver cuando vela su sueño, a menudo tan inquieto. Juntas juegan, sin querer, a no encontrarse, como en esas comedias de puertas que se abren y se cierran y de gente que se cruza sin verse.

El fantasma, que sí cree en los vivos, cuida de ella en la medida de lo posible porque es lo que mejor sabe hacer, lo que hizo siempre: cuidar de alguien. Y Lupita, eso sí, se siente mejor que nunca, tranquila y optimista, feliz.

lunes, 16 de septiembre de 2013

vivre sa vie

Tenía quince años cuando empezó a tocar la batería, y dieciséis recién cumplidos cuando dio el primer concierto con su grupo. A los veinte tiró a la basura su primera novela antes de que la leyera nadie, y la reescribió del tirón con otro punto de vista y cien páginas de adjetivos menos: la publicaron un año después, y todavía hoy se habla de ella. Con veinticinco decidió que era muy pronto para casarse; avisó al casero con el tiempo justo, llenó de casi nada una maleta azul pequeñísima y se marchó de la ciudad. 

Diez años después no se había arrepentido, pero le apeteció regresar: pasear por las mismas calles, ver qué bares seguían abiertos, buscar a esos pocos amigos a los que todavía extrañaba.


Hoy, sentada en casa ante su vieja batería, le gustaría viajar en el tiempo, volver atrás y decirse a sí misma,  a la Lupita de falda corta y deportivas rojas de entonces, a la niña que se embelesaba delante del escaparate de la tienda de instrumentos musicales, que ni por un momento dudara de sí misma: en adelante, harás lo que quieras hacer, todo lo que quieras hacer. Y a ver quién es el guapo que te para...

lunes, 9 de septiembre de 2013

oceánica

En la acera de enfrente han abierto una de esas lavanderías de película indie americana: superficies cromadas, paredes pintadas de colores vivos y un suelo ajedrezado en azul y blanco. Casi nunca hay nadie, y se cierra a eso de las diez, pero las luces quedan encendidas toda la noche. Una luz submarina.

A Lupita le gusta verla desde el balcón antes de irse a la cama. Fuma un cigarrillo y pierde la mirada en el color rojo de las paredes, en las lavadoras limpias, brillantes. Hay en esa imagen un algo oceánico que alimenta después sus sueños...


Desayunar en Atlantis. Terrazas de coral rojo y verde, buenas vistas. El café, discutible.

Contemplar el resplandor dorado del kraken allá abajo, en la oscuridad. Escuchar su respiración, un latido lento como de máquina de vapor....

Nadar con los peces voladores, romper la superficie de plata y seguirlos, zambullirse en el cielo azul.

Volar.




lunes, 2 de septiembre de 2013

Querida Lupita

Te escribo y no sé si llegarás a leerme, pero quiero que sepas que ayer mismo, viendo La princesa prometida, me acordé de ti. Cómo no me iba a acordar. ¿Cuántas veces hemos visto juntos esa película, Lupita? Jamás te cansabas de ella, y nunca te he visto tan feliz como delante de la pantalla siguiendo las peripecias de Íñigo Montoya, del gigante amable, de ese malo malísimo con peinado Betty Page que luego utilizaron como modelo para el malo pequeñajo de Shreck: la primera, la buena. Te reías con todo el cuerpo, amiga, como no te he visto reír en ninguna otra circunstancia. Ayer la volví a ver, solo, y me acordé de ti, claro.


Poco más te puedo contar que no sepas ya. El bar de Marta sigue abierto. Han hecho una ampliación de esa foto que se vio en los telediarios, no sé si sabes cuál: estáis todo el grupo cargando contra los drones, y detrás se distingue, entre las llamas y el humo y los escombros, la mole tremenda de Galaktor, tan grande que rebasa de sobra el encuadre, y eso que la imagen está tomada desde lejos. Marta ha recortado todo y te ha ampliado a ti y ahora ocupas toda la pared de nuestro reservado, una cosa muy soviética. A pesar del pixelado se te reconoce muy bien. Tienes el uniforme roto y manchado de sangre y miras a cámara. Casi parece que me estés mirando a mí...Estás guapísima.



Te echo de menos. Te echamos todos de menos.




Un beso grande.

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