lunes, 26 de marzo de 2012

doppelgänger

Lupita juega a veces a ingresar en el programa de protección de testigos. Imagina que nunca podrá volver a su ciudad costera. Imagina que cambió de peinado y de manera de vestir, y aún así mira de reojo en el metro, en el supermercado, en la cola del cine. Ha aprendido a disimular su acento y camina diferente a como caminó siempre, y algunas noches sueña que es quien dice ser, y no quien fue.


Mira por encima del hombro, vigila en los escaparates el reflejo de quien se detiene a su lado: teme que alguien pueda reconocerla...



El problema es que no consigue ya recordar su nombre anterior...

martes, 20 de marzo de 2012

primavera roja

Todo viaje espacial es una sucesión de esperas prolongadas, y Lupita esperó seis largos meses de treinta días terrestres en la base Lowell, mientras se completaba el ensamblaje en órbita de la Discovery II. El frío feroz y ese polvo liviano que parece superar todos los filtros para teñir cada superficie de una vaga sombra rojiza, hacen de la vida en Marte una rutina férrea, casi obsesiva.

Lupita, agotada, pasó cada atardecer de esos ciento ochenta días en el mirador, parapetada ante una mesa y una taza de espeso café humeante, contemplando el horizonte quebrado y escribiendo cartas con su letra minuciosa, largas cartas en las que hablaba del quehacer cotidiano en la base, del paisaje marciano, de los colonos y sus extraños modales, de sus recuerdos y sueños, de ese vehículo colosal que nunca terminaba de estar listo.



Mientras escribía, Lupita no podía evitar una sonrisa traviesa. Imaginaba la sorpresa de quien recibiera la carta, ese sobre azul, el pulcro anagrama del Programa Espacial, el escueto remite: Planeta Marte

Otro sorbo de café, Fobos y Deimos brillando ya en un cielo cada vez más oscuro, otra cuartilla: Querida M...


lunes, 12 de marzo de 2012

días extraños

Cuando se cansó de viajar en el tiempo, Lupita se instaló en el Nueva York de los años treinta. Se ganó la vida escribiendo para los pulp narraciones tumultuosas y de finales tentaculares que le proporcionaron una cierta consideración entre los aficionados más atentos, si bien sus personajes no llegaron a hacerle sombra a La Sombra. Después de la guerra mundial, y tras un largo silencio, se dedicó a escribir ciencia ficción de mayor calado. Sus novelas, ambientadas en un futuro distópico de teléfonos portátiles inteligentes y telarañas cibersociales, estaban pobladas por astrónomos melancólicos en busca de exoplanetas remotos, y carecían de esa efervescencia que caracterizó al género durante los años cuarenta y cincuenta. Se convirtió en escritora minoritaria y de culto, reverenciada por unos pocos.

Más adelante publicó un último libro. Dirigido al público infantil, estaba protagonizado por una viejita voladora que anidaba en los tejados de la ciudad y acechaba a los niños: entraba por la ventana durante la noche y les arrancaba la lengua para alimentarse de su carne tierna, cosiéndoles luego la boca para ocultar el daño. Una fábula cruel que le valió la celebridad entre los jóvenes beatniks y el rechazo feroz del resto del país. El libro fue retirado de las bibliotecas y quemado en público por una legión de padres atemorizados.



Lupita, después del revuelo, desapareció. Subió a la azotea del edificio de apartamentos donde vivía y, sin más, se desvaneció en el aire. Sin dejar más rastro que todas esas palabras, todas esas historias.

domingo, 4 de marzo de 2012

cazadora de cuero

Las piernas de Lupita desnudas en la acera gris. Botas de paraca y chupa de cuero gastado, dos tallas demasiado grande para sus hombros escuetos. Delante del Rockola bebiendo litronas, a ella siempre le daban veinte duros cuando se acercaba a alguien y le pedía para el metro, para un taxi, para volver a casa, para un bocadillo, excusas que nadie creyó nunca, pero daba igual. Un cigarrillo rubio y el rojo de labios corrido.



Me acuerdo de ella en un concierto de Larsen. El tumulto a pie de escenario, botar y rebotar, el ruido infernal, escupitajos, resbalar en los charcos de cerveza. Salió de allí limpia, como si estuviera protegida por el campo de fuerza de Unus el intocable. Hacía frío fuera. Fumamos el último cigarro a medias, sentados en el bordillo entre dos coches. Le gustaba morderme los labios. Me gustaba que me los mordiera: el sabor de su boca y el sabor de mi sangre...




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