domingo, 4 de marzo de 2012

cazadora de cuero

Las piernas de Lupita desnudas en la acera gris. Botas de paraca y chupa de cuero gastado, dos tallas demasiado grande para sus hombros escuetos. Delante del Rockola bebiendo litronas, a ella siempre le daban veinte duros cuando se acercaba a alguien y le pedía para el metro, para un taxi, para volver a casa, para un bocadillo, excusas que nadie creyó nunca, pero daba igual. Un cigarrillo rubio y el rojo de labios corrido.



Me acuerdo de ella en un concierto de Larsen. El tumulto a pie de escenario, botar y rebotar, el ruido infernal, escupitajos, resbalar en los charcos de cerveza. Salió de allí limpia, como si estuviera protegida por el campo de fuerza de Unus el intocable. Hacía frío fuera. Fumamos el último cigarro a medias, sentados en el bordillo entre dos coches. Le gustaba morderme los labios. Me gustaba que me los mordiera: el sabor de su boca y el sabor de mi sangre...




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