lunes, 1 de febrero de 2016

perfect day

Ha amanecido ya y, en el balcón, Lupita busca la última estrella en disipar su brillo: la Estación Espacial. Sostiene la taza de café entre las manos, le gusta sentir su peso, su calor. 

Empieza a llover. Si va a más, se pondrá las botas rojas, feliz como cuando, de muy pequeña, corría al colegio y no dejaba un solo charco sin pisar. Da un último sorbo y entra. Hoy no hay que regar las plantas.

El salón está desordenado, hay un par de revistas abiertas, las gafas de leer. En el sillón, el gato se ha adueñado de la manta. Libros, unos discos. En la cocina, deja la taza en el fregadero y abre la nevera, echa un ojo, habría que comprar huevos, a ver si le da tiempo luego, a la vuelta.



Cuando sale, la mañana ha abierto y el cielo está de un azul que da gusto mirarlo. Lupita sonríe y acelera el paso. Se pregunta si también hoy se cruzará con esa chica que huele a mandarina...




lunes, 25 de enero de 2016

esos cielos

Con un hilo de voz, la niña le pregunta si hay libros sobre robots, y Lupita se acuerda de golpe de otra biblioteca, hace ya un buen puñado de años, y se ve a sí misma ante otra bibliotecaria, pidiendo por favor dónde podría encontrar libros sobre cohetes espaciales. Entonces también ella llevaba unas deportivas de color rojo: todavía hoy procura tener siempre un par, le gusta ponérselas cuando hace buen tiempo, se siente ligera con ellas, se siente libre.

El día ha sido largo, mucho tejuelar y mucho repasar papeleos, pero se acerca a la niña con una sensación de vértigo y le cuenta dónde encontrar lo que busca, y se queda luego sentada un rato en silencio, recordando, soñando. 



Cuando ya casi hay que cerrar, se levanta y va hasta esa sección que tan bien conoce, pasa el dedo por los lomos ordenados y encuentra el libro que busca, el mismo de entonces. Lo abre, lo hojea, sonríe. Láminas brillantes, el papel amarillea un poco: ciudades orbitales, paisajes marcianos, astronautas con sonrisa profident. 

Se lo presta a sí misma y termina de cerrar. Sale a la calle, es ya de noche. En el cielo, con las primeras estrellas, brilla la Estación Espacial Internacional.

lunes, 18 de enero de 2016

puños


Cuando empezó no se lo tomaba muy en serio: era una manera de mantenerse en forma, activa, que le servía también para descargar tensiones y canalizar todas esas frustraciones minúsculas que se acumulan a lo largo del día. Pero no más. 

La primera vez que Lupita se animó a subir al ring, un poco en broma y un mucho intrigada, cometió el error de hacerlo recién llegada del trabajo, con el rimmel puesto, y la cosa acabó como un clip de Marilyn Manson.



Poco a poco, un entusiasmo nuevo le fue creciendo en el pecho, y se sintió como cuando empezó a tocar la batería en serio, esos primeros conciertos después de mucho ensayar que eran puro caos y pura alegría. Veloz y fibrosa, aprendió que esto es un poco lo mismo, que la técnica y el sentido del ritmo lo son todo, que la fuerza es algo secundario y lo importante es saber colocar el golpe justo en el momento adecuado, romperle el compás al contrario. No tardó, además, en darse cuenta de que el verdadero combate, la pelea sucia, está fuera, en la calle, en el trabajo diario, donde no hay reglas y las hostias llueven por debajo de la cintura, y la campana nunca suena, y no hay árbitro que valga.

Fueron años vertiginosos, de los que no se olvidan. De los que enseñan a vivir.


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